martes, 10 de febrero de 2009

Ay, como extraño el mundo.

Así, como estribillo de cancioncita mala, algo así... ¡Ay, como extraño el mundo! Y nada me aparta realmente del mundo, simplemente aprendí a vivir sin él y ahora tengo nostalgia pero no puedo regresar.

Porque yo solía ver el mundo, de veras. Era lo que más me gustaba. También sabía pasar muchas horas sola, sentada en algún rincón predilecto de esta ciudad viendo a los otros vivir. A menudo era muy aburrido pero toda la poesía, toda, salía de ahí.

Ayer tuve una probadita de mundo. Exasperada por la increíble estupidez (o plan malévolo, ustedes decidan) que llevó a los empleados de la UNAM a tener la mitad de los estacionamientos del estadio cerrados, me vi obligada a dejar el auto demasiado lejos de mi destino y esa fue mi oportunidad. No tenía tiempo de caminar, tenía que tomar el pumabus y en el pumabus iba a reencontrarme con la cercanía corporal de los extraños. Iba a observarlos, a espiar sus gestos, a espiar sus conversaciones, a "no poder evitar" escucharlos.

Lo que encontré está directamente relacionado (en mi cabeza, solamente) con una conversación del día anterior. En el blog de historietas de mi hermano (y de otros talentosos artistas latinoamericanos) una muchacha muy simpática anuncia un nuevo proyecto y publica el primer comic en colaboración con la autora del famoso blog "Hablemos mal de los hombres". La historieta está dedicada a todos los estereotipos sobre lo que hace una mujer cuando se acaba de separar (comer chocolates, llorar a cada rato, escuchar mil veces la misma canción, tratar de distraerse haciendo cosas exóticas como tomar un curso de japonés). Pese a ser una versión latinoamericana de Sex and the City, la página me pareció divertida y se la compartí a una amiga en el msn, a quien se me ocurrió preguntarle cuál sería la típica experiencia masculina ante la misma situación. "No se sabe, es un misterio, jamás lo dirán", contestó mi amiga. Algunos de los lectores de "Hablemos mal de los hombres" contaron sus propias experiencias pero, salvo a mi propio hermano, no le creí a ninguno. Todos intentaban ser sensibles y seductores, vulnerables e identificados con su "lado femenino". "Bullshit", pensé, y mis pensamientos me llevaron por otros caminos más ociosos, como el significado literal de bull-shit: caca de toro. En fin, dejemos las digresiones para otro momento.

Bueno, pues me subí al pumabus y ahí estaban dos muchachos conversando. Absortos, no miraban a ningun otro pasajero, no querían aparentar nada, se quejaban igual que dos amigas de secundaria: "¿De veras te dijo eso, wey?" "Neta. El mismo pinche cliché. Me dijo: no eres tu, soy yo" se reían, pero yo podía sentir el hedor del resentimiento que con justa razón despedía la amarga confesión del rechazo femenino. "Y le gusta un pendejo que porque es más alto, dos centímetros más alto" dice el amigo del primer rechazado, exponiendo sus propias heridas.

Quién lo hubiera dicho, también son unas nenas...